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SILENCIO Y REBELDÍA: UN TERCO CAMINAR

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Son varios pasos, diversos pasos. Son diversas miradas, distintos silencios. Son distintas las imágenes que se portan, que se anclan en el pecho; son distintos nombres, nombres de mujeres en silencio, nombres de mujeres silenciadas. Son, somos, una columna que con firmeza recorre una ciudad llena de ruidos y de olvidos, repleta de inmediatez, de instantáneas que se borran como cuando una quita el empañado de un vidrio. De ahí la reiteración, por ello nuestro terco caminar: para que no se borre el crimen, para que no quede impune, para aumentar nuestra rebeldía. (Declaración de la Colectiva Feminista La Huacha para la Caminata del Silencio contra el Femicidio de Noviembre 2013).

Si usted las ve lo sabrá: un grupo de mujeres, vestidas de negro, caminando en fila, en silencio.

Si usted las mira con atención lo verá: cada una, vestida de negro, caminando en fila india, en silencio soterrado, porta en el pecho un lienzo chiquito, con un nombre, un lugar y lo nefasto:

Lunes, 13 de Julio de 2015, Susana del Rosario Ovalle Alfaro, Limache, Región de Valparaíso, 37 años, acuchillada por su cónyuge;

Domingo, 28 de Junio de 2015, Juana Carvajal, La Granja, Región Metropolitana, 80 años, degollada por su yerno;

Domingo, 21 de Junio de 2015, Karina Alejandra Barría Muñoz, Puerto Aysén, Región de Aysén, 25 años, asesinada con arma blanca por su pareja;

Miércoles, 10 de Junio de 2015, Margarita Zambrano Cea, Contulmo, Región del Bío Bío, 64 años, asesinada con un hacha en la cabeza por su esposo;

Miércoles, 27 de Mayo de 2015, Tania Águila, Puerto Varas, Región de Los Lagos, 14 años, golpeada por su pololo.

Tantas y tantas y tantas: 38 en lo que va de 2015, 58 en 2014, 59 en 2013, 48 en 2012, 47 en 2011, 65 en 2010…

*Datos de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres

Las cifras las aporta el movimiento feminista chileno, que amplía el filtro institucional y desgrana: la clave no está en el vínculo del asesino con la mujer, donde parece quedarse siempre el foco, sino en el propio acto de sentirse dueño para quitarle la vida.

Por eso, al Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) no le salen las cuentas. Porque, al amparo de la ley promulgada en Chile en 2010 (y que recoge por primera vez en la historia del país esta figura jurídica), sólo cuenta como femicidio el crimen de un hombre contra una mujer cuando hayan mantenido una relación matrimonial o de convivencia. Un vínculo íntimo, al cabo.

Este tamiz de las instituciones expulsa al vertedero de los homicidios comunes a las mujeres asesinadas durante un noviazgo o en relaciones ocasionales, a las trabajadoras sexuales asesinadas por los clientes o los crímenes ejecutados por quienes tienen otro tipo de relación con la mujer, incluso ninguna.

“Y menos se nombra el suicidio femicida”, asegura Natacha Gómez Barahona, periodista e integrante de La Huacha, “producto de la violencia a la que está sometida. Apenas si se habla sobre el castigo femicida o femicidio cruzado, cuando se ataca a los hijos o hijas de la pareja como forma de venganza, o del femicidio frustrado, cuyas cifras muchas veces se desconocen y que, se estima, duplican las de los femicidios efectivos”.

Por eso el sonrojo de las cifras del SERNAM, porque aun asumiendo el embudo tramposo de la legalidad, siguen siendo tantas y tantas y tantas: 24 en lo que va de 2015, 40 en 2014, 40 en 2013, 34 en 2012, 40 en 2011, 49 en 2010…

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Si usted se une a ellas -todas de negro, que caminan en fila, en columna, en silencio a gritos, con lienzos chiquitos y demoledores-, lo sentirá: son varios pasos, diversos pasos que se suman, que se balancean, que se acompasan.

Que caminan adoloridas, supervivientes y firmes, rebelándose juntas, que conjuran el frío y sostienen el ritmo de la memoria de las ancestras, de las que lo consiguieron, de las que no, de sus sombras y de las nuestras.

Es un latido infinito que burbujea hasta su dimensión más lúcida: son corazones hermanados y cómplices.

Su pura presencia revienta las escenas cotidianas del puerto de Valparaíso, de la joya distraída del Pacífico, del hemisferio coño sur.

Si usted las contempla, se le antojará evidente que en silencio gritan: nos queremos vivas.

Y será consciente: dejan sus semillas escritas en la atmósfera para que se relean, permanezcan y vuelen, muten, se esparzan, arriben y se multipliquen: ser mujer no es lo mismo que ser madre; no al servicio maternal obligatorio; los celos no son parte del amor, la libertad sí; en mi cuerpo, mi territorio, yo decido; la violencia no para, nosotras tampoco.

Si usted sabe y por si no sabe, los clásicos: ¡cuidado!, el machismo mata y 1, 2, 3: ¡por mí y por todas mis compañeras!

Si usted se conmociona, no le faltan razones: el silencio, el luto, la memoria, la columna, la organización entre mujeres, los carteles al cuello, los lienzos y las semillas… elementos estéticos fundamentales para hacer clara la palabra escenificada, la interacción con el espacio público y la repetición, que busca causar una incorporación paulatina y constante de una conmoción indignada y profunda por los femicidios, expresión última (y la más visible) de la violencia contra las mujeres.

Es la Caminata del Silencio contra el Femicidio, nacida al calor político de la colectiva feminista La Huacha de Valparaíso (Chile), articulada en la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, que vertebra a numerosas organizaciones feministas del país.

Bajo la idea casi metafísica de que el mero acto de juntarse entre mujeres resulta subversivo, como recoge la declaración de la colectiva en torno al 8 de Marzo de 2014, se trata de un ritual de autocuidado, del si agreden a una, respondamos todas: “queremos impregnar las calles para que en nuestras huellas repetidas se siembre la rebeldía que deberían generar los femicidios y la violencia estructural de este sistema.

Y también mostrar que entre mujeres es posible una política diferente, en conexión y en sororidad”.

La primera Caminata se ideó en 2013, en el inicio de la campaña anual ¡Cuidado!, el machismo mata, organizada por la Red nacional y a la que cada agrupación se suma con modus operandi propios, transfiriendo a su terreno político, artístico y geográfico, las problemáticas del movimiento.

Así, La Huacha convoca, el día 25 de cada mes y desde hace dos años de forma ininterrumpida, a acudir a la Plaza Victoria si es día laboral y en la feria libre de la Avenida Argentina si es fin de semana.

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Poco queda al azar: los recorridos y tiempos elegidos responden a un conocimiento del estar porteño, de las líneas -simbólicas o no- en que se divide la ciudad según la renta y que, en consecuencia, delimitan espacios y tiempos de trabajo y ocio en uno de los países con mayor desigualdad salarial de la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos).

Por eso, la localización de la feria de la Avenida Argentina es una llave: allí se reúne lo más granado de cada cerro de los 42 que componen la bahía, protagonistas de venta ambulante y callejera de textiles y calzados, frutas, verduras, pescados y frutos secos, muebles, celulares, cuestiones para el aseo, discos, libros y todo cuanto usted imagine… en un ambiente efervescente y diverso, y de los más populares de la ciudad.

Allí se establece, cada fin de semana, numeroso público objetivo, de ahí la necesidad de gritar, en silencio, irrumpiendo en la frecuencia cotidiana, interpelando sólo con estar: “nuestro silencio no es cómplice, es denuncia, es presencia.

Es el grito silenciado de todas las mujeres que no fueron escuchadas”, pero también “es un modo de celebrar a las muchas mujeres que se han atrevido a frenar la violencia en sus vidas, a las que invitamos a construir pactos y complicidades entre nosotras” (Declaración de la Caminata del Silencio de Octubre de 2013).

Es un laboratorio, una terapia colectiva, una red balsámica, un escenario de experimentación, integrador de los sentires propios y los aportes externos –que no ajenos- de quienes participan; una técnica de autodefensa para mandar el mensaje urgente y necesario y conviene salir y decirlo y huir de los guetos y subir a los cerros y bajar a la feria.

Acompartir no lo machacadas que estamos las mujeres, sino lo valioso de establecer redes que siembren transgresión y sitúen la propia vida como revolución cotidiana.

No hay receta, sólo preguntas, malestares, y algunas certezas. A veces son 15, a veces son 100. No importa cuántas mujeres sean, porque el paso continúa.

Lo fundamental es la constancia para mantener la Caminata, “además de incorporar otras temáticas sin desfigurar la estética para aprovechar la fuerza de lo ya instalado e integrar expresiones creativas que amplíen la resonancia de lo que queremos manifestar a la gente que transita y mira”.

CAMINATASILENCIOFEMICIDIO-page-005Las reacciones, muy dispares, aportan un feedback enriquecedor: “genera un efecto educativo; muchos niñas y niños preguntan qué está pasando y alcanzamos a ver cómo se da una conversación para explicar la violencia, el maltrato, la agresión”.

Pero también hay mujeres que aplauden, que se acercan a establecer un pacto de cariño mientras acarician el brazo de una de las caminantes.

Y luego están los hombres que increpan a la comitiva y que generalmente se burlan no sólo de las mujeres, sino de los propios hombres que a veces cierran la fila y vociferan los grandes éxitos, históricos del repertorio: anda a cocinar, y qué tanto si soy machista, frígidas, les falta pico…, “aunque justamente esas manifestaciones demuestran que estamos instalando algo potente: reflexión, impacto y molestia en quienes banalizan nuestra denuncia”, sostienen desde La Huacha.

Porque no es sólo la eliminación física. La saña con la que se perpetran los asesinatos (quemarlas vivas, degollarlas, sacarles los ojos, asestarles un hachazo, descuartizarlas, tirarlas a un río, dejarlas en un basurero…) apunta a la voluntad de hacer padecer sufrimiento añadido.

Esa naturalización del crimen de odio: los asesinos están perfectamente camuflados en la sociedad. No llevan un cartel que avise. No son enfermos, no son monstruos, no vinieron de Marte.

Están integrados: ayudan a la vecina a cerrar la verja, cocinan con soltura en los asados familiares, muestran a sus hijas cómo andar en bicicleta, saludan y sonríen cuando suben al bus.

Y son padres, abuelos, hermanos, novios. Tienen madre, abuela, hermana, novia. Nacieron y crecieron acá. Absorbieron, como todas, las ínfulas de un sistema enfermizo que asume como daño colateral este goteo de mujeres que no cesa.

Y esos números son, casi siempre, una ficción. La ficción de que el mero recuento apunta a que quisimos cambiar algo. El espejismo de que estamos haciendo bien las cosas. La ingenuidad de que el mundo se estremece por cada crimen.

Pongámosle a Julio de 2015 una cifra para dejar completita la tabla. Usemos la terquedad del registro como aproximación a lo empírico que nos dice tan sólo cuántas heridas antes de la muerte se arrastraron por el coladero de nuestra indiferencia.

Hay algo mullido en ese colchón donde cualquiera parece encontrar una posición cómoda para adormecerse. Pero quizá nunca llegaremos a saber cuántas estamos a punto de engrosar esa maldita lista ni cuán cerca tú, yo y las mujeres que amamos hoy o las que no nacieron aún, deambulamos optimistas por los márgenes de ese inventario de azufre, esa mezquina enumeración de agravios.


NOTA: El texto fue escrito en el contexto chileno, donde se utiliza el término ‘femicidio’ para distinguir homicidios en contra de mujeres por cuestiones de género. En México el término correspondiente sería ‘feminicidio’.